La nostalgia es un sentimiento con el que nunca hice buenas migas y cuanto más pasado tengo, menos nos amigamos. A veces me asalta, pero no le doy mucha entrada porque no es del todo honesto. Es dulzón y ronroneante, pero tiende a embellecer exageradamente lo que tal vez nunca fue tan bello como lo pinta. Después de todo, como dice Gabriel García Márquez, “la vida no es la que uno vivió sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Si el recuerdo está alimentado por la nostalgia todo lo mejor habrá sido y la perspectiva sobre el futuro será una extensión anhelante de un pasado irrepetible. Por algo Joaquín Sabinas sigue cantando que “no hay peor nostalgia que añorar lo que nunca jamás existió”. La nostalgia tiene luces largas pero alumbran para atrás. Cuando señorea sobre nosotros nos deja un presente achicado y un futuro con poco espacio. Si le damos piola nos maniata y hasta le hace decir a Jorge Manrique lo que nunca dijo: que “todo tiempo pasado fue mejor”. Lo que sí dijo el poeta español en las Coplas por la muerte de su padre, el conde don Rodrigo, es que “a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Y parecido no es lo mismo, ni siquiera es parecido. Él era consciente de que la nostalgia le pone a la mirada el color que las cosas parece que tuvieran.
Por definición la nostalgia se asocia con “la pena de verse ausente de la patria, los amigos o los deudos”. El diccionario de la Real Academia Española agrega: “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”. Y cada sílaba nos caería en el ánimo como un pisotón de tonelada y media. Pero no nos cae. Tal vez no nos cae porque somos uruguayos, pueblo acostumbrado al oxímoron y a las paradojas normalizadas a fuerza de costumbre. A ningún paisano de estas tierras le asombra que uno hable del cantegril tanto para referirse a un asentamiento humano en el que duele la pobreza o a un barrio privado en el que la riqueza ofende. Sumados al pintoresco Arroyo Seco o Cerro Chato, el más tristemente célebre de los oxímorons nacionales ha sido la cárcel de Libertad. Así fue inaugurado y conocido este centro de reclusión que durante los tiempos más oscuros de la dictadura fue un verdadero campo de concentración que muy poco tenía para envidiarle a los peores que en el mundo han sido. Y como si para ironía no bastara fue llamada “modelo”. Todo montevideano que va al interior dice que sale, y que además va para afuera. Cualquier cabeza asentada en el razonamiento lógico quedaría sin norte.
Yo creo que ese acostumbramiento nos posibilitó recibir como natural la celebración festiva del dolor por el bien perdido, que en palabras más al uso sería la “fiesta de la nostalgia”.
Desde 1978 cada 24 de agosto miles de compatriotas salen a festejar el dolor por el tiempo que fue, que “al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”, que no volverán los 25 abriles, aquellas oscuras golondrinas ni "tu melena de novia en el recuerdo". Al caminito que juntos un día nos vio pasar, el tiempo lo ha borrado y los macachines y los tréboles de olores su tumba en flor, qué triste ver. Motivos todos para morir de tanguez. Y sin embargo la uruguayez al palo los transforma en alegría, bailes ruidosos y celebración de reencuentros. Me alegro mucho a pesar de que este año, Covid mediante, también habrá quien sienta nostalgia de la nostalgia. Me hubiera gustado más que quien quisiera festejar pudiera, pero los tiempos son los tiempos.
Pero me parece imperioso que a la nostalgia la pasemos por el cernidor de la crítica. Es la forma en la que la historia nos puede enseñar a no repetir errores que nos atan y que la esperanza tenga el espacio que necesita para crecer.
Hay nostalgias simpáticas ligadas a criterios estéticos que siguiendo la dinámica a la que nada de lo humano es ajeno, pasan de distinguidas a estrafalarias, de aplaudibles a insoportables porque los ojos que las ven y los oídos que las oyen son otros. Pero hay nostalgias que de simpáticas no tienen nada y que el verdadero festejo será el día en que las sociedades humanas las destierren. Hay nostalgias de manos duras, de justicias que nunca fueron tales, de paz de cementerios, de seguridades impuestas, de miradas únicas, de pensamientos monopólicos. La paz, la justicia, la igualdad de oportunidades, la aceptación de la diversidad, la apertura de pensamiento siempre en construcción, son caminos de tramos largos y siempre estamos al principio.-