Cuidémonos del distanciamiento social

En la variopinta galería de modismos idiomáticos, muletillas, redundancias y otras yerbas creadas como efecto colateral de la pandemia más mediática de la historia, hay muchas que si bien son una flaca contribución al “buen decir”, parecen inocuas. Otras en cambio dan material para "pensar nuestra forma de pensar" y por tanto de vivir.
La comunicación de Presidencia de la República, por sólo poner un ejemplo, informa que toda persona que quiera visitar el Parque Anchorena deberá hacer “reserva previa” Quizás en otros períodos gubernamentales la gente reservaba para el día siguiente de la visita. O su prima hermana la “agenda previa” como si alguna vez se hubiese tenido la mala costumbre de reservar entradas de cine para la película que dieron el día anterior. Menos mal que todavía no dice en el pie de alguna escalera que se debe subir para arriba. Claro que también se deberá bajar para abajo porque toda escalera es bidireccional. No sea por falta de precisión que la gente se equivoque y en la entrada sobre ruta 21 no entre para adentro.
La lista podría ser larguísima y no interesaría. Son vicios chicos. Hay otros que me hacen pensar, fundamentalmente dos: el distanciamiento social y ese errático concepto de virtualidad.
En una hora de caminata de domingo de tarde por la ciudad vieja de Colonia escuché unas ciento cincuenta veces un móvil policial que por momentos tuve la sensación que estaba destinado sólo a mí o a la cuadra en la que andaba, repetir que de acuerdo a las “distintas medidas” aprobadas por el Poder Ejecutivo, como si con decir “medidas” en plural ya no alcanzara para saber que son distintas entre sí, debíamos mantener un “correcto distanciamiento social”.
No discuto las medidas, sí la formulación, que me esfuerzo en pensar que se trata de un error involuntario. Una de las enseñanzas que obligadamente nos viene dejando esta pandemia es que la distancia social es causa también de éste, entre tantos otros males. Los países más castigados son aquellos en los que la distancia entre ricos cada vez más ricos y pobres ya en la línea de perder incluso hasta esa categoría, es mayor. Porque hay algo peor que ser pobre, es no ser siquiera pobre. Sociedades a veces opulentas han acentuado la distancia social de manera que muchas personas, la mayoría a veces, quedaron fuera de toda cobertura de salud, de atención social, un poco más allá del límite que separa a quien es de quien ya no importa. Una actitud social prácticamente suicida.
Tiendo a pensar que una de la causas por las cuales nuestro país viene llevando esta coyuntura con cierta ventaja si nos comparamos con países muy cercanos, es que el “distanciamiento social” es menor. La cobertura de salud es universal. La sociedad ha invertido en que el derecho a ese cuidado no dependa del tamaño del bolsillo. En Uruguay ninguna persona tiene negado el acceso a un centro de salud. Es uno de los tesoros a cuidar y mejorar, una de las inversiones que seguirá siendo de urgente consideración.
La distancia física entre las personas en determinadas circunstancias es recomendable para evitar el contagio. La distancia social óptima es la que no existe, achicarla debe ser una de las búsquedas constantes de toda sociedad que se llame evolucionada.
El otro modismo que ha tomado una vitalidad digna de mejor causa es el particular uso del concepto de lo virtual. Presencial y virtual han llegado a ser términos antagónicos. Son distintos, pero no se niegan uno al otro. Por su definición, virtual es aquello que sólo aparenta ser real. Virtuales son las tribunas llenas del campeonato de fútbol europeo que veo por televisión cuando en realidad no hay nadie. “Cosas que la televisión te hace ver”, decía la abuela Adela. No llegó a imaginarse cuánta razón le asistía. Veo moverse una multitud y alentar bulliciosa a jugadores que corren rodeados del silencio de tribunas vacías. Eso es virtual. Pero la reunión de trabajo a través de una plataforma de comunicación es real, las clases de las que participan los estudiantes son reales. Cómo se evalúan es otra cosa, pero existen, no son virtuales.
Por el camino de llamar virtual a todo lo que vemos en una pantalla corremos el riesgo de pensar que hay seres humanos virtuales, aquellos a los que no llegamos a tocar y con quienes no nos hablamos sin mediación tecnológica. Corremos el riesgo de pensar que son virtuales las personas viviendo en las calles, virtual la violencia que miramos por televisión, virtual la realidad de las cárceles porque nunca estuvimos en ellas, virtuales las necesidades de quienes viven un poquito más allá de nuestro encierro.
Y si son virtuales, para qué preocuparnos de lo que no es real. Y por ese camino se va también al incorrecto distanciamiento social que no debemos mantener.-