...esos salvajes, hombres no son;
la redención cristiana no alcanza a redimirlos,
pues para ellos no fue: no tienen alma;
no son hijos de Adán no son, Gonzalo;
esa estirpe feroz no es raza humana.De Luz a su esposo el español Gonzalo de Orgaz
“Tabaré”, Juan Zorrilla de San Martín
La muerte de George Floyd fue única e irrepetible. Ocurrió en Minneapolis el 25 de mayo de 2020. También fue única e irrepetible la rodilla policial que le oprimió el cuello y le arrancó el último grito que ahora se reproduce en grafitis y en manifestaciones callejeras: «no puedo respirar». En este mundo se muere sólo una vez. Cometió el delito de ser negro, y como si fuera poco el de pretender que no se lo castigara por eso. No alcanzó a redimirlo el haber nacido en el mismo país del policía, tener un mismo presidente, honrar la misma bandera y quizás haber cantado juntos el mismo himno nacional. No hubo otra muerte de este George Floyd ni la habrá. Por ella tuvo la efímera notoriedad, que la vida no le daría nunca. Pero con ser única no alcanza para ser novedosa.
Una semana después, en Resistencia, capital de la provincia de Chaco, una familia del pueblo Qom sufrió un allanamiento de su casa en plena madrugada sin más orden que la decisión de quien piensa «que esa estirpe feroz no es raza humana». La familia denunció golpiza y abusos. En la cárcel los rociaron con alcohol y amenazaron con prenderlos fuego. Fue única también pero tampoco novedosa. La familia venía cometiendo en reiteración real el delito de ser aborígenes en Argentina desde el día que nacieron. Y encima pretendían que no les dijeran «indios apestosos».
Los nombres cambian, los lugares a veces también, pero los hechos se repiten y no por casualidad, sino por una terrible lógica que los encadena: forman parte de un sistema.
Es precisamente en ese carácter de «sistémico» que pone uno de sus énfasis la declaración de la Sociedad Valdense Americana (AWS por su sigla en inglés) dada a conocer después de los enfrentamientos y la represión en Minneapolis.
«Apoyamos firmemente el trabajo del movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan) para confrontar al racismo sistémico», dice en un fragmento. Ese racismo sistémico que de tan arraigado en su perspectiva de vida y en la matriz de su pensamiento les resulta difícil reconocer y menos cuestionar, condición sine qua non para cambiarlo.
Ese pensamiento que de tan arraigado nos constituye, trae consigo lo que la misma declaración de la organización valdense en los Estados Unidos llama «su gemelo cómplice», «el silencio blanco». «Reconocemos que con demasiada frecuencia hemos sido silenciosos acompañantes del racismo y otras formas de prejuicio que manchan la vida común de nuestro país. Reconocemos que el racismo es un problema mundial y remarcamos que la Sociedad Valdense Americana ha trabajado arduamente para abordar el racismo manifestado hacia los inmigrantes en Europa a través del programa Being Church Together (Siendo iglesia juntos) y a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México».
En la necesidad de reconocer este silencio cómplice está el segundo énfasis de la declaración. «...nos comprometemos con el arduo trabajo del examen interno y, cuando sea necesario, el arrepentimiento sobre nuestra propia complicidad en el racismo blanco».
La herencia de pensamiento que recibimos sin pedir no nos es imputable, pero sí debemos reclamarnos la tarea de pasarla por el cernidor de la conciencia. Hay un momento en el que es necesario dejar de ser hijos de nuestras circunstancias para ser dueños de nuestras opciones.
Es necesario reconocer que ser blanco en Estados Unidos, aún en Argentina o en Uruguay, es un privilegio injusto del cual muchas veces, aún sin quererlo hemos usufructuado en perjuicio o por lo menos en olvido de aquellos a quienes se les niega.
En el siglo I, el apóstol Pablo escribe a la comunidad cristiana en Roma que es necesario no adaptarse a «los criterios del tiempo presente», a la «normalidad» diríamos hoy. Es necesario cambiar la forma de pensar para que así cambie la manera de vivir. Eso exige un autoanálisis a veces inmisericorde.
«Las protestas que ahora se están haciendo en nuestro país son un importante correctivo al racismo sistémico que distorsiona nuestra vida común. Somos agradecidos por cada amigo de los valdenses en los Estados Unidos que participa en protesta pacífica contra el racismo y la brutalidad policial», concluye la declaración de la Sociedad Valdense Americana.
«¿Están pensando que son capaces de pasiones buenas esos seres, nacidos para esclavos?», preguntaba contestando doña Luz en aquel villorrio español que comandaba su marido en tren de conquista.
Son otros los paisajes, pero no está lejos que siga demasiado universal y firme todavía el «racismo sistémico» que sostenía sus palabras. Ése, debe ser cuestionado.-