Y si la vida se altera, la muerte no menos. Al fin y al cabo ¿qué es la muerte sino un momento de la vida? Y lo es por más que en nuestra cultura con un debilitado sentido de trascendencia, sea una certeza incómoda de la que se prefiere no hablar, que sólo ocurre a otros y más vale mantener a distancia. Pero por un lado esta generalización es demasiado simplista y dista de ser unánime. Por otro, es muy distinto cuando existe una conciencia que lleva a una libre decisión familiar de obviar los rituales funerarios que cuando ésta es una situación impuesta por más justificada que esté.
Foto de Engin Akyurt en Pexels.-
El Coronavirus, más todavía su versión mediatizada que lo ha vuelto amo y señor de todo informativo capaz de dejar en suspenso cualquier problemática por grave que fuera hasta antes del 13 de marzo, ha transformado nuestras rutinas de vida, algunas en forma transitoria y otras sospecho que permanente. Y de esa transformación no escapa esa costumbre de morir que suele tener la gente.
El aislamiento social, sea obligatorio, exhortado, voluntario o cualquiera de los eufemismos al uso, rige para vivos, para muertos y para quienes están en tránsito de una a la otra orilla del vivir.
La prohibición de los tiempos de velatorio -y no estoy cuestionando la pertinencia de la medida- aumenta esa sensación de separación repentina, de proceso de despedida abreviado o inexistente, que en muchas sensibilidades dificulta la elaboración del duelo. Las limitaciones para el acompañamiento a las familias en el cementerio, la negación de los abrazos y las manifestaciones de solidaridad en las que no hay plataforma de comunicación que sustituya al cuerpo presente, no son inocuas. En el caso de familias de fe, el anuncio de la esperanza y el consuelo que llegan del Evangelio también está recortado por la imposibilidad de compartirlo con quienes hubieran querido hacerlo y no forman parte del habilitado “núcleo familiar más cercano”. Eso pesa, me consta que pesa.
Tal vez el dolor tenga que descubrir otros caminos para buscar la salida. La razón tiene explicaciones que a la emoción no le convencen. “Vuelve el polvo al polvo”. “De la tierra fuimos hechos y a la tierra hemos de volver”. Sea desde la confesión de fe del ser humano como creatura de Dios formado de la tierra y con espíritu de vida, o desde lo más elemental de cualquier mirada antropológica, el ser humano cumple el mismo ciclo vital que los demás seres vivos. Pero no alcanza con saberlo, también hay que vivirlo.
Para volver abordable esa realidad que traspasa el límite de todo conocimiento, las culturas han elaborado ritos que son el significante, el soporte puesto al servicio del ser frente a las preguntas que no puede responder. No ahuyentan el dolor, pero le dan un contexto que ayuda a volverlo llevable. Y ese andamiaje “no es soslayable” dicen los psicoanalistas Valeria González y Carlos Gutiérrez en un artículo del 7 de mayo en Página 12 de Buenos Aires. “Como tampoco lo son las palabras que se ofrecen quienes se reúnen en torno al que se despide. Relatos, anécdotas, descripciones, lágrimas, risas y silencios compartidos en un modo de presencia del otro que se vuelve insustituible”.
Y si ese “andamiaje” es insustituible pero no está, ¿qué pasa con el vacío que deja? Tengo la pregunta. Si alguien encuentra la respuesta se la agradezco. Me ha tocado en este tiempo acompañar a familias que casi en soledad vuelven a la tierra a un ser querido sin abrazos ni saludos que a veces hubieran sido multitudinarios. Me ha tocado atender por teléfono al familiar que quiso y no pudo estar, busca reconstruir el contexto y de alguna manera estar aunque sabe que no estará nunca. Y las preguntas son: quién estuvo, cómo estaban y alguna otra cuyo único sentido es cubrir esa ausencia que sabe él y sé yo que no se cubrirá. Y quiénes están, formando un paisaje casi fantasmagórico que más que de rostros es de lentes y tapabocas, reprimen todo gesto de cercanía con esa sensación de que acercarse está mal y no hacerlo también. Ese sentimiento de deuda que nadie le reclamará pero que no por eso deja de serlo, pesa en la conciencia de mucha gente más de lo que uno piensa. Es cierto que las cremaciones van ganando terreno frente a los rituales más tradicionales y pueden verse como una búsqueda de acelerar los procesos, pero implica igualmente un tipo de despedida. Lo que ocurre con la pandemia es la supresión de esta posibilidad, y a ese sentimiento de no acompañar y no sentirse acompañados no podemos menospreciarlo.
Cómo lo trataremos es parte de la respuesta que buscamos, pero ser conscientes de que existe es un paso necesario.-