Al pensar en la palabra malabares, es muy probable que la mente cree imágenes de objetos elevándose en el aire, lanzados algunos por expertos malabaristas y otras veces por principiantes ávidos de dominar este complejo arte. El lugar más común de ejecución sigue siendo frente a semáforos de la ciudad. Cuando se piensa en el estilo de vida de los malabaristas, se tiene la idea de que son gente hippie, pero la verdad es que más allá de este estigma social en el que se han encasillado, su capacidad de disciplina y destreza manual a la hora de la ejecución es digna de admirar, dejando bien claro las horas de dedicación para perfeccionar los movimientos. En esta oportunidad tuvimos la suerte de cruzarnos con dos jóvenes que viven del malabarismo y más que su trabajo es su forma de vida. Agustín Brocal de Nueva Helvecia lleva ocho años viviendo de esto, pese al frío de la tarde se ve con energía de sobra, para dar muchas mini actuaciones, le ha ido bien, la gente colabora, eso sí, tiene la constancia de ir todos los días. Ahora está estacionado por causa de la pandemia pero si no fuera así estaría buscando ciudades con semáforos que auspiciaron de pequeños teatros donde mostrar su arte. Su permanencia no fue nada fácil, tuvo que hablar mucho con la policía para que entendieran que no viene a molestar a los conductores, solo les brindan un espectáculo y colabora el que quiere, sin compromiso alguno, “venimos a ganarnos el día a día, solo se trata de eso" (Foto Carlos González)