Columnista invitado Oscar Geymonat
Hace días que no puedo sacarme la frase de la cabeza. Bueno, digamos que tampoco he hecho grandes esfuerzos. La frase me parece fantástica y olvidarla no me acarrearía ningún beneficio, al contrario; apagaría la luz sobre esa partecita de la realidad que me ilumina.
Me refiero a aquella de Eladio Linacero, el protagonista de El Pozo, la primera novela de Juan Carlos Onetti. La leí hace unos redondos cuarenta años y por conversaciones de estos días con un amigo de aquellos y de los que le siguen hasta hoy, volvió a los primeros puestos en mi memoria inmediata: «se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad,
ocultando el alma de los hechos.»
Hace unos tres años otro grande amigo se esforzó entrañable e inútilmente en hacerme comprender el concepto de «posverdad». Se me sigue escurriendo como una masa gelatinosa que no llega a tomar forma. Cuando lo hace se me aparece como la hermana gemela de la mentira y vuelvo a aceptar mis limitaciones.
La Real Academia Española la define como «Distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales».