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El cuello de camisa


            VERSIÓN LIBRE  DE  CUENTO  CLÁSICO DE HANS CHRISTIAN  ANDERSEN



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                                                                                                        mal de amores. ¡Uf!,    jactado de cosas que
                                                                                                        ¡la de aventuras que    no eran verdad.
                                                                                                        he corrido! Pero lo        Tengámoslo      en
                                                                                                        que más me duele es     cuenta para no com-
                                                                                                        la liga, digo, la cinturi-  portarnos como él,
                                                                                                        lla, que se tiró a la ba-  pues en verdad no po-
                                                                                                        ñera. ¡Cuántos peca-    demos saber si tam-
                                                                                                        dos llevo sobre la con-  bién nosotros iremos
                                                                                                        ciencia! ¡Ya es tiempo  a dar algún día al saco
                                                                                                        de que me convierta     de los trapos viejos y
                                                                                                        en papel blanco!»       seremos convertidos
                                                                                                           Y fue convertido en  en papel.
                                                                                                        papel blanco, con to-      Y toda nuestra his-
                                                                                                        dos los demás trapos.   toria, aun lo más ínti-
                                                                                                           El cuello es precisa-  mo y secreto de ella,
                                                                                                        mente la hoja que aquí  será impresa, y anda-
                                                                                                        vemos, en la cual se    remos por esos mun-
                                                                                                        imprimió su historia.   dos teniendo que
                                                                                                           Y le está bien em-   contarla.-










                                                                                                                       La peor vaca del tambo

                                                                                                                      es la que muge más alto.
           Érase una vez un     llo, «no hace falta más  un tren.               las dio en hablar mal
        caballero muy elegan-   motivo.»                   «¡Harapo!» repitió.  del matrimonio.                         Proverbio irlandés
        te, que por todo equi-     «¡No se acerque         El cuello quedó un      Pasó mucho tiempo
        paje poseía un calza-   tanto!» exclamó la      poco deshilachado en    y el cuello fue a parar
        dor y un peine; pero    liga. «¡Parece usted    los bordes; por eso     al almacén de un fabri-
        tenía un cuello de ca-  tan varonil!»           acudió la tijera a cor-  cante de papel. Había              La felicidad está en la
        misa que era el más        «Soy también un      tar los hilos.          allí una nutrida com-
        notable del mundo       caballero fino», mani-     «¡Oh!» exclamó el    pañía de harapos; los         libertad, y la libertad en el coraje.
        entero. La historia de  festó el cuello, «ten-  cuello, «usted debe     finos iban por su lado,                    Pericles
        este cuello es la que   go un calzador y un     de ser primera bailari-  los toscos por el suyo,
        vamos a relatar. El     peine.» Lo cual no era  na, ¿verdad? ¡Cómo      como exige la correc-
        cuello tenía ya la edad  verdad, pues quien los  sabe estirar las pier-  ción.
        suficiente para pensar  tenía era su dueño;     nas! Es lo más encan-      Todos tenían mu-
        en casarse, y he aquí   pero le gustaba vana-   tador que he visto.     chas cosas que expli-
        que en el cesto de la   gloriarse.              Nadie sería capaz de    car, pero el cuello los
        ropa coincidió con una     «¡No se acerque      imitarla.»              superaba a todos pues
        liga.                   tanto!» repitió la liga.   «Ya lo sé», respon-  era un gran fanfarrón.
           Dijo el cuello: «Ja-  «No estoy acostum-     dió la tijera.             «¡La de novias que
        más vi a nadie tan es-  brada.»                    «¡Merecería ser      he tenido!» se ufana-
        belto, distinguido y       «¡Qué remilgada!»    condesa!» dijo el cue-  ba. «No me dejaban
        lindo. ¿Me permite      dijo el cuello con tono  llo. «Todo lo que po-  un momento de repo-
        que le pregunte su      burlón, pero en éstas   seo es un señor dis-    so. Andaba hecho un       A  L   O   D   A   D    I   L   I   T   U
        nombre?»                los sacaron del cesto,  tinguido, un calzador   presumido en aque-        Y  A   L   R    I  V   A    R   A   M   A
           «¡No se lo diré!»,   los almidonaron y des-  y un peine. ¡Si tuviese  llos tiempos, siempre    A  S   N   P   E   C   A    D   O   S   C
        afirmó la liga.         pués de haberlos col-   también un condado!»    muy tieso y almidona-
           «¿Dónde      vive,   gado al sol sobre el       «¿Se me está decla-  do. Tenía además un       O  L   N   R   S   L    I   C   I   O   E
        pues?» insistió el cue-  respaldo de una silla  rando el asqueroso?»    calzador y un peine,      T  E   L   O   O   T    L   T   A   A   R
        llo.                    fueron colocados en la  exclamó la tijera, y en-  que jamás utilicé.      N  A   L    I  E   D    I   A   S   O   Q
           Pero la liga era muy  tabla de planchar; y   fadada, le propinó un      Tenían que haber-
        tímida, pensó que la    llegó la plancha ca-    corte que lo dejó in-   me visto entonces,        A  N   S   M   R   J   A    Q   B   A   U
        pregunta era algo ex-   liente.                 servible.               cuando me acicalaba       I  D   O   E   E   U   U    Z   N   A   E
        traña y que no debía       «¡Mi querida seño-      «Al fin tendré que   para una fiesta. Nunca    MR     A   R   D   E    T   I   L   L   C
        contestarla.            ra,» exclamaba el cue-  solicitar la mano del   me olvidaré de mi pri-
           «¿Es usted un cin-   llo, «mi querida seño-  peine. ¡Es admirable    mera novia; fue una       P  L   A   G   R   N    R   N   T   A   G
        turón, verdad?» dijo    ra! ¡Qué calor siento!  cómo conserva usted     cinturilla, delicada,     O  G   V   O   L   A   O    P   I   L   C
        el cuello, «¿una espe-  ¡Si no soy yo mismo!    todos los dientes, mi   elegante y muy linda;     L  A   S   O   L   I    F   C   M   C   B
        cie de cinturón inte-   ¡Si cambio totalmente   querida señorita!»      por mí se tiró a una      L  O   R    I  R   L   M    N   C   I   E
        rior? Bien veo, mi sim-  de forma! ¡Me va a     continuó el cuello.     bañera. Luego hubo
        pática señorita, que    quemar, va a hacerme    «¿No ha pensado nun-    una plancha que ardía     E  P   A   B   N   A   A    E   A   I   R
        es una prenda tanto     un agujero! ¡Uy!        ca en casarse?»         por mi persona, pero      U  B   O   P   A   R   A    H   R   F   E
        de utilidad como de     ¿Quiere casarse con-       «¡Claro, ya puede    no le hice caso y se vol-  C  O   I  O   T   L    E   B   S   E   A
        adorno.»                migo?»                  figurárselo!» contestó  vió negra.
           «¡Haga el favor de      «¡Harapo!» replicó   el peine. «Seguramen-      Tuve también rela-
        no dirigirme la pala-   la plancha, corriendo   te habrá oído que es-   ciones con una prime-
        bra!» dijo la liga. «No  orgullosamente por     toy prometida con el    ra bailarina; ella me
        creo que le haya dado   encima del cuello; se   calzador.»              produjo la herida cuya
        pie para hacerlo.»      imaginaba ser una cal-     «¡Prometida!» sus-   cicatriz conservo; ¡era
           «Sí, me lo ha dado.  dera de vapor una lo-   piró el cuello. Y como  terriblemente celosa!
        Cuando se es tan bo-    comotora que arras-     no había nadie más a    Mi propio peine se
        nita», replicó el cue-  traba los vagones de    quien declararse, se    enamoró de mí; perdió
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