Llenos de soberbia solemos pensar que echamos mano de las palabras como si fueran inertes. Tenemos la ilusión de que las usamos para decir lo que queremos cuando en realidad muestran más de nosotros que nosotros de ellas. Nos deschavan la edad, la formación, los ámbitos en los que nos movemos.
Hasta sacan a luz los miedos que escondemos por vergüenza. El martes 9 de agosto el Palacio Legislativo tuvo otro botón de muestra. Por un buen rato el sistema bicameral quedó atrapado en una “petit” pero no poco significativa discusión sobre la palabra “milagro”.
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