El pollo de Russell

Todos tenemos un marco teórico que sostener. Las personas nacemos en diferentes circunstancias y contextos que condicionan nuestra vida y nuestras preferencias, aunque la ficción del libre albedrío nos diga todo el tiempo que somos capaces de elegir. La mayoría de las veces, son nuestras vidas y nuestras circunstancias las que condicionan nuestro pensar. Elegir de verdad implica enormes esfuerzos y luchas internas. Y muchas dolorosas derrotas.
Tenemos pensamientos a medida que justifican nuestro modo de cifras. Cifras por todos lados. Las encuestas, proyecciones, estadísticas y los datos en general sirven para ilustrar los procesos, entornos y condiciones en los que vivimos. Las cifras muestran; nos permiten salir de las anécdotas, de las situaciones personales, de nuestro barrio. Si queremos saber si el desempleo o la pobreza suben o bajan, hay que mirar las estadísticas del caso. De nada sirve saber que un vecino consiguió trabajo hace dos días o conocer a una persona que duerme en la calle. El desempleo y la pobreza se miden; la realidad de un país no es algo que uno pueda verificar en la esquina de su casa.
Pero los números también encierran trampas. A veces vemos la oportunidad y revestimos de cifras nuestras propias opiniones; los números, mal usados, pueden decir lo que queremos que digan. A veces utilizamos las cifras para descansarnos en la inducción más lineal y simple: si los números mejoran, estamos haciendo las cosas bien. Si empeoran, estamos haciendo las cosas mal.
Ese es un error que cometemos a menudo, porque las cifras muestran pero nunca explican. Es lo que el filósofo británico Bertrand Russell llamó el dilema del pollo, intentando ilustrar los problemas del razonamiento inductivo.
Russell planteaba, justamente, que los hechos y los datos por sí mismos no explican nada; para conocer realmente necesitamos entender las causas que los originan. Un pollo, que razona por inducción, ve que día tras día una mujer le trae el alimento. El pollo mira la evidencia, los hechos; le traen comida y agua de sobra, le brindan abrigo y seguridad. El pollo no llega a entender la causa de ese comportamiento; llega a creer, quizás, que esa comida le llega por ser un pollo esforzado, inteligente u honesto. Puede incluso hasta convencerse de que el mundo es un lugar así de desinteresado y acogedor. Pero un día, como sabemos, la mujer no le trae comida. Un día la mujer trae en su mano un cuchillo, y el ingenuo pollo termina con la cabeza separada del cuerpo.
Los fenómenos sociales son multicausales y complejos, pero nuestro debate sobre estas cuestiones es simple y lineal. De alguna forma pensamos como ese pollo; vemos crecer la economía y creemos que estamos actuando bien y que tenemos todo el mérito.
O vemos aumentar los delitos y le queremos tirar toda la culpa encima a un ministro o a un gobierno. Lamentablemente para todos, los fenómenos sociales y económicos que enfrentan los países son complejísimos, de larguísima trayectoria y las soluciones que podemos elegir nunca son suficientes, porque muchos de esos problemas dependen de factores que son ajenos a nuestra soberanía.
Y lo mismo sucede con las rachas de bonanza.
Lo único seguro es que los hechos nunca son simples de leer. Lo único que podemos saber cabalmente es que incluso las cifras más auspiciosas o las más pesimistas pueden esconder verdades a medias o acusaciones injustas. Quizás lo mejor que podemos hacer es aceptar todo lo que ignoramos; desconfiar de las soluciones sencillas y rápidas, no creer las promesas de cambios drásticos y de beneficios inmediatos. Y cada vez que algo nos parezca demasiado bueno, demasiado malo o demasiado claro, acordarnos del pollo.

Juan Manuel Bertón Schnyder es sociólogo y se especializa en investigación social aplicada y estudios de opinión pública. Es autor del libro de ficción Yo una vez tuve una familia de demonios
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