No somos optimistas, tenemos esperanza

Si el problema fuera el virus, la vacuna podría ser la solución. Se encontrará. O tal vez ya está fabricada y la mayoría de los bípedos de pata al suelo que poblamos el planeta todavía estamos en un tramo de la película que ya terminó. Vaya uno a saber. En la civilización del espectáculo, más que saber la verdad es importante estar entretenidos.

Lo cierto es que según lo vemos desde aquí la vacuna para el Covid-19 se ha convertido en una versión renovada de la vieja manzana de la discordia de la mitología clásica. Los laboratorios, con manifiestos propósitos humanitarios y conocidos propósitos económicos están en plena carrera, o dicen estarlo por lo menos, y dos por tres hay uno que amaga a decir que la corona de laurel ya tiene dueño. Vamos en ese continuo “ya sí, pero todavía no”.

No son los únicos que corren. Por otros andariveles la justa no es menos competitiva. El presidente ruso Vladimir Putin canta piedra libre desde Moscú y por poco televisa el momento en el que su hija se aplica la vacuna. ¿Qué mayor gesto de altruismo y garantía a la comunidad mundial? El “eureka” de este nuevo Arquímides resuena en todas las redes sociales. Dice la leyenda que cuando aquel griego descubrió en la bañera que su cuerpo sumergido en el agua experimentaba un empuje vertical de abajo hacia arriba que lo hacía flotar salió corriendo desnudo por las calles de la ciudad gritando: “lo he encontrado”. El presidente Putin puede prescindir de esa carrera. Las redes sociales no son menos exhibicionistas. Desde Washington el presidente Donald Trump reclama que la competencia no terminó y si fuera uruguayo diría que matemáticamente tiene chance. Por un lado porque afirma estar cerca de la meta y por otro porque su clásico contrincante se adjudica una victoria que todavía no tiene. Para decirlo en términos de moda: “su triunfo es virtual”.

La vacuna saltó el paredón del laboratorio, que parece ser su ámbito natural y se instaló en la arena política donde las humanas prácticas desde siempre le tienen reservado su lugar. Tomada la tragedia con cierto humor uno podría ver renovado el clásico de la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia, que entonces era la Unión las de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Hasta hoy estamos por definir quién ganó el partido. Neil Armstrong sacó la primera foto de su pie en la luna y dio por terminado el partido como en la leyenda de Maracaná cuando Obdulio Varela se cargó la pelota debajo del brazo en plena área y le informó al árbitro que ya todo estaba terminado. En aquellas décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado la disputa era el control del espacio. Hoy es por ver quién es el verdadero salvador de la humanidad y por tanto quién tiene el derecho de ser el guardián del orden y el progreso, preservador de la moral y las buenas costumbres y por lo tanto legítimo poseedor de las mayores riquezas. Yo era niño y la tía Albertina afirmaba que el pequeño paso para un hombre pero gran salto para la humanidad se había dado en algún rincón de un estudio de televisión disfrazado de superficie lunar. “¿Y qué vas a discutir?”, preguntaba afirmando. Entonces era una vieja ignorante y porfiada, hoy podría estar al frente de una corriente de revisionismo histórico.

Pero si el problema no es el virus, la solución tampoco es la vacuna. Siempre ha sido más fácil entender que nuestros problemas vienen de fuera y entonces las soluciones también. Si el virus apareció por generación espontánea, por la siembra de algún enemigo desconocido, por castigo de Dios o por mil razones más que no tienen que ver con nuestro estilo de vida y explotación irracional de todo lo creado, también la solución vendrá de algún superhéroe de Hollywood, genio de lámpara o intervención divina sin mediaciones.

Llegará la primavera y la vacuna llegará, Covid-19 será historia. No será lindo haberla vivido, pero estaremos agradecidos si la podemos contar. El verdadero salto para la humanidad no será la vacuna, hay tantas, el verdadero salto sería una nueva comprensión de nuestro ser en el mundo, un cambio de la manera de pensar que traiga como consecuencia una distinta manera de vivir, para decirlo en las viejas y siempre renovadas palabras del apóstol Pablo a la comunidad que vivía en el corazón del Imperio Romano. El camino es mucho más largo y angosto que los de estas carreras mediáticas, no genera el mismo espectáculo, pero estamos convencidos de que es el único que lleva a buen puerto. Por eso, no somos optimistas, pero tenemos esperanza.